Por Olegario Ordóñez Díaz
(Fragmento)
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Filemón Luna, el Soñador, recordó el día cuando el reloj que acababa de recuperar había llegado a sus manos un poco más de veinte años atrás. Fue en el Japón. Se lo regaló una hermosa mujer, quien le confesó que era un reloj de tradición familiar que ella había recibido de su padre quien a su vez lo había heredado de su abuelo. Filemón se quedó mirando a la mujer con la misma ternura con la que había empezado a mirarla un año atrás cuando la descubrió flotando como un colibrí entre las flores de los jardines exóticos de un parque de Kioto un fin de semana en que estaba visitando un templo sagrado. En ese entonces le pareció que era la mujer más bella que había visto en su vida.
Filemón Luna, el Soñador, recordó el día cuando el reloj que acababa de recuperar había llegado a sus manos un poco más de veinte años atrás. Fue en el Japón. Se lo regaló una hermosa mujer, quien le confesó que era un reloj de tradición familiar que ella había recibido de su padre quien a su vez lo había heredado de su abuelo. Filemón se quedó mirando a la mujer con la misma ternura con la que había empezado a mirarla un año atrás cuando la descubrió flotando como un colibrí entre las flores de los jardines exóticos de un parque de Kioto un fin de semana en que estaba visitando un templo sagrado. En ese entonces le pareció que era la mujer más bella que había visto en su vida.
El doctor Filemón Luna había llegado al Japón después de recorrer casi todo el mundo y haber sido testigo presencial de muchos acontecimientos que la mayoría de la humanidad sólo veía por la televisión, escuchaba por la radio, leía en los periódicos o no se enteraba jamás. Había vivido el terremoto de México y el Huracán Fifí que azotó a Nicaragua; allí había visto grandes árboles golpear con desesperación enloquecida sus copas contra el suelo para después arrancar sus raíces y volar por los aires junto a los techos de lata y teja de barro de las casas, y había visto correr ríos de naranjas amarillas y vacas muertas que mucho tiempo después en sus memorias orales un comediante trotamundos, Guillermo Mejía, también describiría como las cosas más asombrosas y terribles que había presenciado cuando iba recorriendo la América Central tratando de remendar su corazón destrozado por una pena de amor.
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Ordóñez Díaz, Olegario. Filemon Luna, el soñador enamorado y otros relatos. Bogotá: Cátedra Pedagógica, 2010.